Aldea Mundial
Pascual Falces de Binefar
- "Papá, estoy preocupada, mi hijo acaba de nacer y tiene un agujero en medio del pecho ¿será eso peligroso?"
- "¡Andá! ¡qué bueno!, eso se llama Pectus Scavatum ¿sabes? antiguamente, a los niños que nacían así les colgaban de un gancho desde ese punto para sacarlo hacia afuera..."
Y entonces yo me reía de ese agujerito tan marcado en el pecho de mi hijo
- "Papá, estoy preocupada, mi hijo guiña un ojo constantemente, como si tuviera un tic ¿tendrá un problema neurológico? ¿qué hago?"
- "Dale plátanos, que coma muchos plátanos, lo que le hace falta es potasio."
Y entonces mi hijo comía plátanos y dejaba de guiñar el ojo.
- "Papá, estoy preocupada, tengo aquí un dolor de cabeza nuevo que nunca antes había tenido ¿tendré una enfermedad grave?"
- "No hija, eso es que te estás haciendo mayor, mucho me temo que has llegado a la edad de "yo nunca antes..."
Y entonces me miraba en el espejo y efectivamente, tenía una arruga más y tres canas nuevas.
- "Papá, tengo miedo..."
Esto nunca te lo dije con estas palabras, pero tú sabías que todos nosotros, en algunas ocasiones, tenemos miedo: miedo del porvernir incierto, miedo a la vida, miedo a la muerte. Ese temor humano que se instala en las entrañas y que es capaz de estrangular el alma. No quisiste dejar este mundo sin decirnos antes ¡que no tuviéramos miedo! que había una estrella en el Cielo cuidando encarecidamente de nosotros desde el día de nuestro nacimiento y que esa estrella era tu padre, ese hombre joven que murió cuando tú apenas tenías un año y que a causa de la guerra se vio obligado a cuidar de ti desde el Cielo. Tú siempre supiste que estaba vivo y por esa razón, a mis 42 años, tengo un abuelo joven y guapo de 28. Y porque tú sabías que tu padre estaba vivo y que era una parte activa de tu vida y de la nuestra, yo sé que tú estás vivo y que desde hace un año eres mi estrella favorita del Cielo...
Despojada de todo entiendo el lenguaje de lo que no se ve. Es un lenguaje silencioso del que poco a poco voy aprendiendo, no sólo a entenderlo, sino también a utilizarlo, pues también yo muchas veces te hablo y rezo con palabras que son puro silencio.
Papá, tú me regalaste tu fé, es como si me hubieras regalado un móvil para poder comunicarme con Dios, contigo. A veces recibo una llamada y soy feliz porque la oigo, porque entiendo las señales del Cielo... y porque desde allí arriba recibo llamadas, pues yo también llamo.
GRACIAS, SIEMPRE SIEMPRE GRACIAS PAPI.
Tu hija Marián
Un móvil para hablar con el Cielo
domingo 21 de noviembre de 2010
Marián Martínez-Osorio del Río