Aldea Mundial
Pascual Falces de Binefar
Papá, he hecho tinta, aunque me consta que ya lo sabes.
He de decir que cuando al fin la tuve, cuando escribí con ella y dejé que se secara, cuando finalmente pasé los dedos por encima de la escritura y comprobé que había sucedido lo que más esperaba (que la tinta dejara relieve) me quedé muda, no pude decir nada y lloré conmovida.
Estaba con mamá, de hecho lo hicimos todo juntas. Llevo ya tres fines de semana durmiendo con ella. El primero fue cuando leí aquel libro en el que descubrí cómo se hacía la tinta. El segundo fin de semana me levanté el domingo y después de desayunar y arreglarme crucé el camino que hay delante de casa y me adentré en el bosque de robles para coger agallas, volví a casa con una bolsa bastante llena y mamá y yo nos pusimos manos a la obra. Primero quise triturarlas con un mortero, mamá me decía que lo hiciera con el molinillo de café y yo le decía "no mami, quiero cansarme" y cuando estuve lo suficientemente cansada terminé la tarea con el molinillo, ella molía y yo lo iba metiendo en un bote con un embudo de papel. Cuando tuvimos el frasco lleno nos dimos por satisfechas. Lo miraba, lo miraba, lo miraba. Al día siguiente cogí una parte y la mezclé con agua destilada. Seis días en remojo removiendo de vez en cuando. Por fin el sábado, cuando mamá y yo nos encontramos solas de nuevo en su casa, sacamos un cazo y pusimos a hervir las agallas a fuego lento. Para remover había arrancado una ramita a una higuera. ¿Cuánto tiempo lo tuvimos hirviendo? según la constancia que alguien muy antiguo había dejado escrito, tenía que ser el tiempo que se tarda en rezar tres Pater Noster. El único problema aquí radicaba en que yo no sé el Padre Nuesro en latín, pero mami sí, de manera que ella rezaba en voz alta y mientras tanto yo removía. Como me había parecido un tiempo muy corto porque mamá reza muy deprisa, recé yo tres Padres Nuestros en español. Sólo entonces lo retiré del fuego. Tenía preparado en un frasquito el sulfato de hierro mezclado con un poquito de agua. Esperé un poco, no me atrevía a mezclarlo, no sé por qué ¿qué pasaría? Pues pasó la magia: al verter el sulfato y mezclarlo con las agallas, lo que era de color marrón rojizo se transformó en negro oscuro e intenso. Mamá y yo exclamamos como si David Copperfield hubiera estado en nuestra cocina haciendo un truco imposible. Tú también exclamaste, papá. Con la ramita de higuera estuve removiendo durante unos minutos, eché goma arábiga y continué removiendo, entonces lo colé todo y lo vertí en un frasco. Levanté el frasco y lo puse cerca de la ventana, queríamos mirarlo bien, olerlo, analizar su densidad "desde luego se parece mucho a la tinta que yo compro para mi caligrafía" "pues sí, tiene buena pinta" "¿se podrá escribir con ella?" Cogí un papel y mi plumín y con firmeza empecé a escribir mi nombre, el de mamá y el tuyo con una letra muy romántica... La tinta funcionaba, ahora sólo me faltaba lo que, como dije antes, más esperaba: que dejara relieve. Esto para mí es importante, esa textura que se aprecia con el tacto tiene una gran belleza y de las tintas que he comprado por ahí sólo una escribe como a mí me gusta.
Mi tinta es arenosa y por eso deja un ligero relieve.
Mi tinta es negra.
Mi tinta es preciosa.
Me quedé callada porque no había nada que decir, sólo al cabo de un rato le dije a mamá: "esto es demasiado bonito" y me puse a llorar. Supongo que lo hice, entre otras cosas, porque faltaba tu voz para decirme “me asombras”. Tu abrazo lo imaginé y por eso subí a tu cuarto a buscarte… parecías callado y eso me hizo llorar aún más, sin embargo tu nombre, Leopoldo, apareció por la noche en un libro cuando no lo había buscado. Dejé entonces de llorar.
Papá, he hecho tinta
martes 6 de julio de 2010
Marián Martínez-Osorio del Río